“Mi Instituto” (I)
Recuerdo que cuando empecé mis estudios de bachillerato en Alcalá no había más instituto que el Cristóbal de Monroy. Solo los mayores y los de mi edad reconocerán el valor que todavía por entonces, a mediados de los ochenta, tenía ir al instituto. Como quiera que yo fuera un chaval de 14 años era incapaz de valorarlo. Sin embargo, recuerdo vivamente, como una imposición, el empeño de mi padre de que hiciera bachiller en lugar de la FP como yo quería, sin duda influenciado por el proceder de la mayoría de mis vecinos y amigos, y mi padre, por la credencial que le suponía al título de bachiller y luego a la universidad de cara al mercado laboral y, sobre todo, por algo más difícil de medir pero para él incluso más importante y que tiene que ver con la distinción del saber.
Recuerdo que aún no era consciente de que mi situación no era para nada excepcional, y, de que mis prejuicios respecto al tipo de alumnado que allí me encontrarían poco tendrían que ver con la imagen que desde el barrio y con quienes yo me relacionaba me había ido forjando. Como no podía ser de otra manera terminé juntándome con aquellos que, como yo, entendían de un modo particular la relación entre cultura popular y escolarización. Evidentemente, eso que llamo cultura popular era común al resto del alumnado por entonces abundantísimo del Monroy, téngase en cuenta que llegó a tener tres turnos (diurno, tarde y nocturno). No así la lectura y práctica que de ella hacíamos. Para nosotros, la cultura popular implicaba acción contra la imposición que era como entendíamos la escolarización... Para muchos de los profesores con los que comparto claustro, aquella realidad era otra y afirman que los alumnos de entonces, con muy pocas excepciones, reconocíamos el valor que en sí mismo el bachillerato representaba. Se da la circunstancia que la mayoría de los alumnos de entonces que han terminado dedicándose a la enseñanza piensan igual, aunque es cierto también que éstos no eran precisamente el tipo de alumnado que solía ir a la contra. En mi opinión, en cambio, el alumnado de entonces no era mejor que el de ahora, y no más que diferente, como lo son los profesores y, de hecho, lo es el propio instituto. En este sentido, recuerdo con alegría el magnífico salón de actos del Monroy convertido hoy en un improvisado y destartalado salón deportivo para... moldear borriquitos con chándal.
VICENTE M. PÉREZ GUERRERO
8 de marzo de 2009
Recuerdo que cuando empecé mis estudios de bachillerato en Alcalá no había más instituto que el Cristóbal de Monroy. Solo los mayores y los de mi edad reconocerán el valor que todavía por entonces, a mediados de los ochenta, tenía ir al instituto. Como quiera que yo fuera un chaval de 14 años era incapaz de valorarlo. Sin embargo, recuerdo vivamente, como una imposición, el empeño de mi padre de que hiciera bachiller en lugar de la FP como yo quería, sin duda influenciado por el proceder de la mayoría de mis vecinos y amigos, y mi padre, por la credencial que le suponía al título de bachiller y luego a la universidad de cara al mercado laboral y, sobre todo, por algo más difícil de medir pero para él incluso más importante y que tiene que ver con la distinción del saber.
Recuerdo que aún no era consciente de que mi situación no era para nada excepcional, y, de que mis prejuicios respecto al tipo de alumnado que allí me encontrarían poco tendrían que ver con la imagen que desde el barrio y con quienes yo me relacionaba me había ido forjando. Como no podía ser de otra manera terminé juntándome con aquellos que, como yo, entendían de un modo particular la relación entre cultura popular y escolarización. Evidentemente, eso que llamo cultura popular era común al resto del alumnado por entonces abundantísimo del Monroy, téngase en cuenta que llegó a tener tres turnos (diurno, tarde y nocturno). No así la lectura y práctica que de ella hacíamos. Para nosotros, la cultura popular implicaba acción contra la imposición que era como entendíamos la escolarización... Para muchos de los profesores con los que comparto claustro, aquella realidad era otra y afirman que los alumnos de entonces, con muy pocas excepciones, reconocíamos el valor que en sí mismo el bachillerato representaba. Se da la circunstancia que la mayoría de los alumnos de entonces que han terminado dedicándose a la enseñanza piensan igual, aunque es cierto también que éstos no eran precisamente el tipo de alumnado que solía ir a la contra. En mi opinión, en cambio, el alumnado de entonces no era mejor que el de ahora, y no más que diferente, como lo son los profesores y, de hecho, lo es el propio instituto. En este sentido, recuerdo con alegría el magnífico salón de actos del Monroy convertido hoy en un improvisado y destartalado salón deportivo para... moldear borriquitos con chándal.
VICENTE M. PÉREZ GUERRERO
8 de marzo de 2009
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