“Mi Instituto” (y II).
Ser profesor donde se fue alumno resulta ser una experiencia un tanto “esquizofrénica”, pero en todo caso muy interesante si a uno le interesa, evidentemente, reflexionar sobre lo que se hace en la escuela. A este respecto, se produce a veces una intolerable, pero difícilmente evitable, disonancia entre lo que uno conoce y lo que le obligan a contar y termina haciendo por convenciones legales y las rutinas de funcionamiento propias de los centros escolares. Unas rutinas que terminan impregnando al profesor novel hasta imponerse, no sólo por el hecho de que éste termina creyendo que las cosas de la escuela son y han de ser como ve que hacen, dicen y piensan los del gremio, sino, sobre todo, porque sólo actuando de este modo puede preservar a la vez su propia estima y reputación ante sus colegas. A este respecto, en la columna anterior llamé la atención sobre el tópico de la bajada del nivel de los alumnos de la ESO respecto al anterior bachillerato. De forma similar se plantea la historia de los contenidos escolares como un camino recto de empobrecimiento. Lo cual sin duda puede ser cierto, pero no tiene porque deberse a la supuesta bajada de nivel y, tal vez, a que, en no pocas ocasiones, los reformadores han introducidos elementos curriculares más retrógrados y rancios que los que pretendían superar.
A modo de ejemplo, resulta proverbial comparar los contenidos a los que quedó reducida la tan cacareada asignatura de “Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos”, tras la polémica mantenida con la jerarquía católica, con lo que se enseñaba en clase de Ética en los ochenta. A mayor abundamiento, en el año académico 1987-88, cursando 2º Bachillerato en el IES Cristóbal de Monroy tuve la gran suerte de tener a un profesor de Ética, Don Romualdo, cuyas clases se apoyaban en un texto, que aún conservo, excepcional. Elaborado por J. Osés y L.C. Rueda (Editorial Lasser) se trataba de un Dossier de Temas del tipo: “La sexualidad: aspectos éticos”. “Matrimonio y familia. Divorcio. Aborto”; a partir de la lectura de fragmentos de textos de autores clásicos como La Revolución sexual de W. Reich, Sexo y temperamento en las sociedades primitivas de M. Mead, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado de F. Engels, etc. En fin, lo cierto es que un manual así resultaría hoy, dada la mojigatería dominante, absolutamente intransitable como, por cierto, lo son los pasillos del primer ciclo de la ESO del Cristóbal de Monroy.
VICENTE M. PÉREZ GUERRERO 12 de mayo de 2009
Ser profesor donde se fue alumno resulta ser una experiencia un tanto “esquizofrénica”, pero en todo caso muy interesante si a uno le interesa, evidentemente, reflexionar sobre lo que se hace en la escuela. A este respecto, se produce a veces una intolerable, pero difícilmente evitable, disonancia entre lo que uno conoce y lo que le obligan a contar y termina haciendo por convenciones legales y las rutinas de funcionamiento propias de los centros escolares. Unas rutinas que terminan impregnando al profesor novel hasta imponerse, no sólo por el hecho de que éste termina creyendo que las cosas de la escuela son y han de ser como ve que hacen, dicen y piensan los del gremio, sino, sobre todo, porque sólo actuando de este modo puede preservar a la vez su propia estima y reputación ante sus colegas. A este respecto, en la columna anterior llamé la atención sobre el tópico de la bajada del nivel de los alumnos de la ESO respecto al anterior bachillerato. De forma similar se plantea la historia de los contenidos escolares como un camino recto de empobrecimiento. Lo cual sin duda puede ser cierto, pero no tiene porque deberse a la supuesta bajada de nivel y, tal vez, a que, en no pocas ocasiones, los reformadores han introducidos elementos curriculares más retrógrados y rancios que los que pretendían superar.
A modo de ejemplo, resulta proverbial comparar los contenidos a los que quedó reducida la tan cacareada asignatura de “Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos”, tras la polémica mantenida con la jerarquía católica, con lo que se enseñaba en clase de Ética en los ochenta. A mayor abundamiento, en el año académico 1987-88, cursando 2º Bachillerato en el IES Cristóbal de Monroy tuve la gran suerte de tener a un profesor de Ética, Don Romualdo, cuyas clases se apoyaban en un texto, que aún conservo, excepcional. Elaborado por J. Osés y L.C. Rueda (Editorial Lasser) se trataba de un Dossier de Temas del tipo: “La sexualidad: aspectos éticos”. “Matrimonio y familia. Divorcio. Aborto”; a partir de la lectura de fragmentos de textos de autores clásicos como La Revolución sexual de W. Reich, Sexo y temperamento en las sociedades primitivas de M. Mead, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado de F. Engels, etc. En fin, lo cierto es que un manual así resultaría hoy, dada la mojigatería dominante, absolutamente intransitable como, por cierto, lo son los pasillos del primer ciclo de la ESO del Cristóbal de Monroy.
VICENTE M. PÉREZ GUERRERO 12 de mayo de 2009
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